como un ranúnculo
sobre la horqueta del tallo,
salvo que es verde y leñosa,
vengo, querida,
a cantarte.
Juntos vivimos largamente
una vida llena,
si quieres así lo diré,
de flores. Por eso
me alegré
cuando supe
que también hay flores
en el infierno.
Hoy
estoy lleno de la borrosa memoria
de esas flores que los dos quisimos
-aun esta pobre cosa
descolorida
-la vi
cuando era chico-
poco apreciada entre los vivos
pero los muertos la ven
preguntándose entre ellos:
¿Qué es lo que recuerdo
y que está hecho
como está hecha esta cosa?
mientras nuestros ojos se llenan
de lágrimas.
De amor, constante
amor, está hablando
aunque un débil y apenas carmesí
la aviva
para hacerla creíble.
Hay algo,
algo urgente
que tengo que decirte a ti,
nada más a ti,
pero que debe esperar
mientras yo bebo
la alegría de estar juntos
quizá la última vez.
Y así,
con miedo en el pecho,
me demoro
y sigo hablando
-por miedo a pararme.
Óyeme mientras hablo
contra el tiempo.
No será
por mucho.
William Carlos William
(Una antología de la poesía norteamericana desde 1950, Eliot Weinberger (ed.), Ediciones del Equilibrista, México, 1992, págs. 17-19.)
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