¡¡Buenas noches!! llega la noche acompañada del momento exacto para hacer travesuras y pedir dulces, para honrar a nuestros muertos y degustar el aroma del ambiente: una mezcla de flores, comida y muerte. Lectores... hoy es 1 de Noviembre y como saben aquí en México se celebra el día de "Todos los Santos" (Primer día en que se honran a los muertos pequeños, llamence: bebés, niños, ect.) asi que en inmersa en un ambiente que me agrada bastante dejo un escrito en honor a un respetable caballero.
De transilvanía con amor
Debo confesar que tuve un tío que fue vampiro, pero les suplico tomar en cuenta que el pobre, francamente, se pasaba de bueno e inocente; en honor a la verdad no podría decir que fuera un alma de Dios, pero sí, en todo caso, que era un monstruo de Dios.
El tío Tibor fue a tal grado soñador, que en ocasiones se pasaba inmerso en sus sueños sin acordarse siquiera de sus más elementales necesidades de alimentación, y llegaba a permanecer hasta varios meses sin salir del ataúd.
Entre estos sueños predominaba la gran ilusión de disfrutar unas vacaciones en México para visitar a su amada familia de ultramar y conocer las inquietantes bellezas que mis padres le describrían en su correspondencia.
Las ancianas tías Gitta y Katty nos contaban en sus cartas cómo el tío aullaba en las noches de luna expresando su melancolía por no poder venir a México; pero al fin llegó el anhelado viaje.
Sabíamos que podríamos recibir al tío con todo el cariño y la confianza que se merecía, pues muy pronto, recién vampirizado treinta años antes del viaje, había apredndido una seria lección con respecto a los parientes: joven vampiro entonces, naturalmente impulsivo e irreflexivo, una noche atacó a la tía Gitta; para fortuna de todos, entre las dos hermanas pudieron dominarlo antes de que le clavara sus colmillos en la yugular, y al fin se conciliaron con un acuerdo apaciguador: puesto que la mordida de Tibor habría convertido a Gitta en vampiresa, para evitar el riesgo ella se extraería una copa de sangre y se la daría a beber al hermano. Tal vez por la consanguinidad o por la calidad azulosa de la sangre Moussong, el tío Tibor se envenenó en tal forma, que para salvarlo fue indispensable someterlo a una urgente transfusión doméstica por la que los hermanos tuvieron la honda tristeza de perder para siempre a su leal mayordomo.
Yo era un niño cuando, por los años 40, tuve la dicha de conocer al tío Tibor. No podría decir que tenía un alma generosa pues desde su conversión perdió el alma, pero sí reconoceré que traía en la sangre un hálito de esplendidez saludablemente incrementada por los bondadosos glóbulos de aquel llorado mayordomo. Gracias a esto recuerdo cómo nuestras mañanas se alegraban con deliciosos desayunos debidos a los regalos del tío: gruesas y sustanciosas tripas de moronga; corazoncitos de pollo; purpúreos y húmedos hígados de res; sangrías, con agua de limón y azúcar para los niños, etcétera.
Además, la visita del tío benefició tangencialmente a la familia, pues papá compró -con este motivo- una espaciosa cripta en el panteón francés donde poder alojar a su hermano con las merecidas comodidades, inversión que, más tarde, serviría a perpetuidad para todos nosotros en la medida en que fuéramos necesitándola.
Las tías, allá en Transilvanía, prepararon con todo detalle las maletas del tío y lo colocaron entre acolchonadas sedas y atado con recios vendajes de seguridad en un féretro especial para viajes largos. Nadie podía imaginarse, en aquellos alegres y y nerviosos afanes, que el viaje acabaría siendo mortal para el inquieto y cordial cadáver de mi tío y que el luto ensombrecería las negras habitaciones de mis tías y empañaría el encanto de nuestra cripta tan llena de deliciosos recuerdos.
Sin embargo, algun consuelo nos dio el haber sido testigos del imenso disfrute de Tibor en las que serían sus últimas andanzas: entró a las grutas de Cacahuamilpa y pudo extraviarse entre los espeluznantes corredores subterráneos; lo miré sollozar embargado de una intensa emoción estética ante las momias de Guanajuato y del exconvento del Carmen; su imaginación se excitó cuando paseó entre las mazmorras de San Juan de Ulúa; tocó con sus propias manos la piedra de los sacrificios y, extasiado, las hundió en la pequeña cavidad destinada a colocar los corazones; recorrió embebido en la nostálgia el romántico tour de los panteones cuando aún los ejes viales y el periférico no turbaban la paz eterna de sus moradores; los festejos del día de muertos despertaron en él una escondida vocación antropogástrica; se apasionó con las calaveras de Posada y, en fin, quedó enamorado a más no poder de este maravilloso pueblo tán espléndido con la muerte y tan decidido a los hechos sangrientos a la menor provocación. Fue tal su identificación con esta raza que, raudo, aprendió el castellano con sólo devorar las notas rojas de los diarios.
Al despedirlo le rogamos que volviera tan pronto como su inexistente salud se lo permitiera, y a los niños sólo se nos concedió besarle la mano para evitarnos alguna impresión inconveniente.
Las tías Gitta y Katty lo recibieron ansiosas de que les narrara su paseo, pero al abrir el ataúd sufrieron la más dolorosa impresión de su vida: el cadáver del tío Tibor ya no se levantó más: ¡estaba muerto!
Durante el largo trayecto de México a Transilvanía, sin posibilidades de recibir auxilio alguno, el pobre tío se había secado debido a una tremenda parasitosis que se le desató en el viaje. Ofuscado por su imprudente alegría en México, no tomó las precauciones debidas y mucha de la sangre que aquí saboreó era de esos mexicanos que acostumbraban beber el agua sin hervir.
Lazlo Moussong
(Tomado de MOUSSONG, Lazlo, Castillos en la Letra.
Universidad Veracruzana, Xalapa, 1986).
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